El día del libro viene con regalo
23 de Abril de 2019
¡Feliz día del libro!
Un año más, el día del libro está aquí, y ¿qué mejor forma que celebrarlo con un regalo?
Tal como he anunciado en Facebook, aquí os dejo el prólogo y los dos primeros capítulos de Mía, la segunda parte de Más. Sin embargo, debo advertiros que, puesto que el libro todavía no está terminado ni editado, este extracto es un borrador susceptible de posibles cambios y correcciones futuras. Está copiado directamente de mi herramienta de edición de texto, y podéis considerarlo un adelanto en fase alpha de Mía... ¡Espero que os guste tanto como a mí!
Prólogo
Dos semanas antes.
Una lujosa limusina blanca nos había dejado justo a los pies de la alfombra roja. El trayecto, desde el hotel hasta el histórico edificio en que la gala tenía lugar, se me pasó volando, en parte por los nervios y en parte por la compañía. Cuando el vehículo se detuvo, y vi toda la prensa que había apostada a ambos lados del pasillo de entrada, quise hacerme pequeñita hasta desaparecer. Afortunadamente Jay, acostumbrado a lidiar con la prensa y eventos de todo tipo, me ayudó a salir con una naturalidad que casi, pero sólo casi, hizo que creyese que todo aquello era normal. Y tal vez en su mundo lo era, pero en el mío, aquello sólo pasaba en las películas.
Mantener la cabeza alta, la mirada al frente y la enorme sonrisa, mientras los flashes no dejaban de centellear en mis ojos, no fue nada fácil. Me recordé a mí misma que, el amor del hombre que me guiaba con su brazo rodeando mi cintura, merecía el esfuerzo.
Pese a saber dónde estaba, y con quien, la cantidad de famosos que estaban en la zona del Photocall no dejó de sorprenderme. Les veía posar y sonreír, responder a las preguntas de la prensa como si llevasen haciendo justo eso toda su vida, y seguramente así era, pero tan sólo imaginar que en unos instantes seríamos nosotros los que ocuparíamos su misma posición, me hacía estremecer. Sin embargo, el señor tiempo no fue clemente y antes de que pudiera darme cuenta, allí estaba, siendo el centro de atención de todo el mundo, y el sujeto de todas las preguntas. Mi corazón latía a mil por hora y no se tranquilizó en absoluto cuando escuché a mi flamante marido declarar sonriente:
“Ella es mi esposa, Lya Bryant.”
La respuesta de la prensa no se hizo esperar, los gritos de sorpresa de los espectadores, que habían acudido al lugar para poder ver de cerca a sus celebridades favoritas, me intimidaron y tuve ganas de salir corriendo. Sin embargo, me armé de valor y sonreí como un maniquí, mientras trataba de ayudar a Jay a responder a las miles de preguntas que estaban lanzando los periodistas en nuestra dirección.
Tras lo que me pareció una eternidad, aunque fueron unos pocos minutos, Jay me guió al interior del edificio, seguramente la palabra lujo iba a acompañada en el diccionario por una foto de aquel lugar, los camareros con esmoquin blanco se paseaban con gracia ofreciendo canapés y copas de Champagne a los presentes, Jay interceptó un par de ellas para nosotros cuando tuvo ocasión y me ofreció una sonriente.
“Toma amor, creo que lo necesitas. Aunque estoy sorprendido por lo bien que lo estás llevando, y por como has manejado las preguntas de la prensa tras comunicarles que eres mi mujer.”
“Sinceramente cariño, todavía pienso que en cualquier momento me despertaré tranquilamente en mi cama.”
El resto de la noche pasó como un vendaval, apenas fui consciente de lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. Jay me presentó a personalidades que tan sólo había visto en la televisión, entre ellas al actor que encarnaba mi personaje favorito, en mi serie favorita de la adolescencia. Al parecer, la gala había sido un éxito y se había recaudado mucho más dinero del que se había estimado inicialmente, aquello me alegró, pero seguía sin poder evitar preguntarme como encajaba yo en aquél lugar.
Después de la gala pasamos el domingo en la ciudad, haciendo turismo hasta que fue hora de coger un avión privado que nos llevaría de vuelta a casa. Cada vez que alguien reconocía a Jay por la calle y nos paraban, lo que pasaba mucho más frecuentemente de lo que había podido pensar, mi mundo amenazaba con resquebrajarse. Por alguna razón no conseguía asimilar que el hombre que caminaba a mi lado, con los ojos azules más increíbles del mundo, unos ojos llenos de amor, fuera un actor de fama mundial. Tal vez algún día llegaría a acostumbrarme, pero en el fondo sabía que para mí siempre sería sólo Jay, mi marido y el amor de mi vida.
“¿Es esto más, Lya?” Dijo Jay a un mero centímetro de mi boca, cuando estábamos a punto de aterrizar en la que, al parecer, iba a ser la ciudad en que estaba mi nuevo hogar.
“Sin duda, Jay, esto es mucho más.” Sonreí antes de besarle.
Capítulo 1
¡No me podía creer que hubieran pasado dos semanas! Pero sí, habían pasado dos semanas desde que Jay anunció nuestro matrimonio en la alfombra roja. Desde que mi sueño de cuento de hadas había comenzado a tomar forma, desde que me di cuenta que podía amar y ser feliz, que no estaba vacía. Solo que no había encontrado a la persona adecuada, todavía.
Sabía que la despedida iba a ser dura, estábamos en el LAX, Jay estaba de pie frente a mí, mientras yo le observaba moverse nervioso, sentada en uno de los incómodos asientos de la terminal. Me estaba mirando como si fuera el diamante más caro de la tienda, o el plato vegano más delicioso del menú, en su caso. Yo sin embargo no conseguía retenerle la mirada, sabía que si me perdía en esos ojos azules no sería capaz de coger el avión que salía en apenas una hora.
Pese a la insistencia de Jay, me había negado a ir en primera clase, tenía claro que se lo podía permitir pero no quería pertenecer a ese grupo de gente, no quería estar rodeada de personas que te juzgan por lo que cuesta la ropa que llevas puesta, o por cuántos ceros tiene tu cuenta bancaria. Él se empeñaba en recordarme todo lo que venía con el pack de ser “la señora Bryant”, yo me negaba a reconocer lo mucho que estaba cambiando mi vida por ser su mujer.
Lo que realmente me preocupaba en aquellos momentos, era que dentro de poco iba a tener que embarcar, y el mero hecho de pensar que iba a tener que estar tres meses lejos de él formaba un nudo en mi estómago que no estaba segura de saber como manejar. Tenía que hacerlo, sería difícil, pero tenía que hacerlo. Me consolaba pensar que una vez terminados esos tres angustiosos meses separados que tenía por delante, volveríamos a estar juntos, para siempre.
Cuando anunciaron mi vuelo me levanté como un resorte, me di cuenta entonces que mis piernas eran dos barras de gelatina, y no fui consciente de que no iban a poder mantener mi peso hasta que me encontré en sus brazos, en mi hogar.
“Tengo que irme amor.”
“No tienes que irte, pero eres demasiado cabezota para quedarte.”
"Jay no empieces… no tenemos mucho tiempo y no quiero que nos peleemos.” Porque aquella conversación llevaba pesando sobre nuestras cabezas toda la semana. Él me decía que no necesitaba irme, que no tenía necesidad de mantener mi trabajo en la empresa, porque él tenía dinero suficiente como para mantenernos de por vida. Yo, por mi parte, me negaba en rotundo a echar por la borda todo aquello por lo que había luchado tanto durante toda mi vida adulta.
"Lya, no tienes que trabajar, no tienes que luchar por mantener un hueco en esa maldita empresa, puedes encontrar otro trabajo, puedes no volver a trabajar en tu vida, puedes hacer lo que quieras, puedo darte la vida que quieras.”
“Esto es lo que quiero Jay, quiero mi trabajo, en mi empresa.” No quería rendirme, dejar que los tiburones entre los que yo, un diminuto pececillo, llevaba nadando y sobreviviendo a duras penas, estos últimos años se creyesen vencedores con mi abandono. Pero no podía decirle eso, no lo entendería. “Quiero ser reconocida por mi profesión, por mi trabajo. No te lo tomes a mal… te amo, pero no quiero que ser tu mujer me abra puertas, me encanta ser la señora Bryant, pero no me entusiasma lo que ello comporta.”
“¿Te acostumbrarás algún día?” Me reprendió decaído, claramente triste por lo que mi declaración comportaba, no es que renegase de él, pero hasta yo era consciente de que era así como sonaba.
“Tal vez.” Respondí encogiendo de hombros, mientras me acercaba más a él y le daba un abrazo, estrujándole con todas mis fuerzas. “Y ahora bésame, tengo que irme.”
No hubo promesas de vernos pronto, ambos sabíamos que estaban de más. Jay también tenía que coger un avión en unas horas, a un destino completamente diferente al mío. Él se iba a Texas a rodar algunas escenas de una película en la que iba a participar, yo a España, a terminar los tres malditos meses de trabajo que la empresa me imponía antes de mi ansiado traslado definitivo a Los Angeles.
El avión iba directo de Los Angeles a Madrid, había conseguido un billete en uno de los vuelos sin escalas, y tan sólo tenía que preocuparme de como iba a pasar las larguísimas once horas y cinco minutos que duraba el condenado vuelo, por que estaba más que segura de que no lograría pegar ojo, no ahora que me había acostumbrado a dormirme y despertarme entre sus brazos.
Conforme el aparato se despegaba del suelo e iba cobrando altura, mi corazón se iba parando poco a poco, me costaba respirar y sentí como las lágrimas empañaban mis mejillas. No tenía miedo a volar, pero iba a echar demasiado de menos a Jay.
Fui consciente entonces de lo largos y duros que iban a ser esos malditos tres meses lejos de él. Tal vez, mi marido tenía razón y no necesitaba mantener mi trabajo en AKIA, pero ya era demasiado tarde para arrepentimientos. Mi vuelo de vuelta a España había comenzado, y tan solo me consolaba la idea de volver a ver a mi mejor amiga, Ana.
Capítulo 2
Cuando puse mis temblorosas piernas en aquella terminal del aeropuerto de Barajas, me sentí perdida, la tranquilidad y familiaridad de estar de vuelta en casa que debía sentir, no aparecieron en mi sistema, en su lugar crecía en mi interior un sentimiento de ansiedad y miedo. Miedo de no ser capaz de hacer aquello sin Jay a mi lado, aquella era la ciudad en que yo había fracasado en todo, en todo menos en mi trabajo, más o menos. Había necesitado alejarme de todo, marcharme al otro lado del charco para ver la luz, para conocer la felicidad,.¿Y si volver a estar en Madrid lo estropeaba todo? ¿Por qué no le había escuchado? ¿Por qué no…?
“¡Lya!” Antes de que pudiese reaccionar, los delgados brazos de Ana me envolvieron en un caluroso abrazo, calmando en parte mis miedos. Esos que prácticamente desaparecieron cuando me encontré con su sonrisa.
“¡Ana! Te he echado de menos.”
“Y yo a tí, petarda, tienes mucho que contarme.”
“Estoy molida.” Dije queriendo no echarme a llorar, todavía no hacía 24 horas que me había separado de Jay, ya le echaba de menos de una forma casi insana.
“Tenemos tres meses por delante, creo que podré esperar unas horas mientras descansas.” Aquellas palabras me dolieron, tres meses, tres malditos meses. Antes no me habían parecido tanto tiempo, sin embargo ahora… ahora se alzaban ante mí como una maldita montaña. Tal vez la montaña más alta del mundo.
“Claro.”
“Vamos, Gabri nos está esperando fuera.”
Me comporté como una autómata mientras mis amigos me llevaron hasta mi piso, mirando por la ventanilla aquellas familiares calles que ahora se sentían tan extrañas para mí. No tenía sentido, sólo había estado fuera un mes, ¿por qué todo me parecía tan foráneo? No me gustaba la sensación de sentirme completamente fuera de lugar. Gabriel trató de darme conversación, pero únicamente recibió monosílabos, por lo que en algún punto desistió, sentí como Ana me estaba analizando, pero en esos momentos ni siquiera me importó, estaba segura de poder achacar mi taciturno humor al cansancio, a fin de cuentas el vuelo se había retrasado y tras doce horas en el aire, era normal encontrarme agotada.
Se empeñaron en ayudarme a subir mi maleta, pese a que cogimos el ascensor y apenas llevaba equipaje. Estaba segura que no era más que una misión de vigilancia, no podía culparles, hasta yo me daba cuenta de lo extraño que resultaba todo aquello. Tampoco me pasó desapercibida la decepción en sus ojos, cuando me despedí de ellos en la puerta sin darles la opción de entrar. Estaba siendo maleducada, pero todo lo que necesitaba en aquellos momentos era echarme en la cama y llamar a Jay. Le había prometido que lo haría cuando llegase a casa, dijo que estaría pendiente, que le llamase, fuese la hora que fuese.
Pese a la diferencia horaria respondió al primer tono, lo que me hizo sonreír por primera vez en todo el día.
“Hola nena, ¿has llegado bien?”
“Sana y salva, el vuelo se ha retrasado, pero mis amigos han venido a recogerme así que ya estoy en casa.”
“Los vuelos siempre se retrasan.”
“Te echo de menos Jay, ya sé que hace sólo unas horas, pero saber que estás tan lejos…”
“Te dije que…”
“No, por favor, no me hagas esto Jay. Supongo que nos acostumbraremos, además son sólo tres meses, no es tanto tiempo.”
“Es más tiempo del que llevamos juntos, ¿estás segura de querer hacer esto, nena? Todavía puedes echarte atrás, puedes coger un vuelo a casa en cualquier momento, no necesitas…”
“No puedo rendirme, al menos no sin intentarlo. Te quiero, te echaré de menos, pero necesito esto.”
“Está bien, no puedo decir que lo entienda, pero si algo me gustó de ti desde el principio es que eres diferente, y eso te hace especial, aunque a veces me vuelvas loco con tu cabezonería.”
“Y lo que te queda.”
“Ahora que eres mi mujer, para siempre ya no me parece tanto tiempo.”
“Técnicamente, aquí no estamos casados, ¿sabes?”
“Dan se está encargando de eso.” Su voz sonó molesta, y la verdad es que no sabía a qué demonios había venido mi comentario. Quería a Jay, quería estar casada con él, quería ser la señora Bryant, no había en el maldito universo nada que quisiera más, y odiaba haberle dado una impresión distinta a mi marido.
“Espero que se dé prisa, no me gusta la sensación de sentirme dos personas distintas.”
“Hablando de eso, vas a tener que aprender.”
“¿Qué? ¿Por qué?”
“Porque si no te creas un personaje público, una cara de tí que dejes ver y conocer a la prensa y los fans… entonces te vas a volver loca, sintiéndote constantemente expuesta. Es mejor que te crees un alter ego, no tiene por qué ser alguien distinto a tí, sólo una versión de ti misma que quieras compartir.”
“Eso me parece falso e innecesario, de todos modos tú eres el famoso, no es que yo vaya a tener que dar la cara en los medios.”
“Lya, ya hemos hablado de esto…”
“Lo sé, lo sé, pero también dijimos que iríamos asumiendo las cosas según llegasen, no merece la pena adelantarse a acontecimientos que tal vez ni sucedan, no creo que la gente se acuerde de mi en un par de semanas.”
“Está bien, hablaremos de ello más adelante, tengo que irme nena, te llamaré mañana.” Escuché voces a su alrededor, gente llamándole.
“Te quiero.” Dije, pero ya había colgado.
Dejé caer el teléfono sobre la cama y me tapé los ojos con el antebrazo, tenía todo el día de mañana por delante para organizarme, al día siguiente tenía una cita en el trabajo, con el Señor Martínez, que no era otro que el jefazo.
Marcelo, mi jefe más directo, me había advertido que era un hueso duro de roer, así que podía esperar que no se tomase nada bien mi petición de traslado. Tampoco comprendía por qué diantres tenía que trabajar otros tres meses en la oficina de AKIA en España. No cuando mi proyecto en LA había sido exitoso e iba a comenzar a desarrollarse, ¿no sería mucho más lógico tenerme allí? ¿desarrollando mi maldito proyecto? No, claro que no, les había parecido una mejor forma de tortura que otros llevasen a cabo el proyecto, mi proyecto, mientras yo me moría de asco en mi antiguo puesto de trabajo, porque, si no lo había mencionado antes sí, mi traslado a USA venía con ascenso incluido. Sin duda una forma de hacerse publicidad a costa de mi nuevo apellido, tal vez, ahora que lo pensaba, lo de los tres meses no era más que una estrategia para que todos los papeles estuviesen en regla, y asegurarse de que no les estaba tomando el pelo.
Me levanté de la cama en una oleada de rabia y comencé a deshacer mi maleta, había cogido poco equipaje. La mayoría de las cosas las había dejado en casa de Jay, bueno, en nuestra casa. En Madrid tenía ropa suficiente como para pasar los tres meses, así que no tenía sentido ir más cargada, a fin de cuentas esto era sólo temporal, y tendría que decidir qué hacer con el resto de cosas que iba a dejar en la ciudad. Tal vez podía donar la ropa que no me llevase a la beneficencia, vender el coche y alquilar el piso. Seguro que, si se lo pedía, Ana podía encargarse de todas esas cosas. No en balde era mi mejor amiga, más bien mi hermana de otros padres. Ella siempre tenía mi espalda cubierta, y no podía quererla más, aunque a veces me comportase como una idiota.
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